Categoría: notas

Dos cosas sobre economía (con perdón)

Uno de los éxitos ideológicos más notables del entramado dominante en las sociedades llamadas desarrolladas es haber logrado que el grueso de la población tenga una casi absoluta incomprensión de los fundamentos estructurales del sistema económico vigente. Para el ciudadano de a pie la teoría económica es una disciplina abstrusa, cuyo código talmúdico sólo es apto para iniciados en sus arcanos que, graciosamente, (pero sin desvelar nunca sus ignotas fuentes) nos revelan las recetas apropiadas para alcanzar, con mucho tesón y sacrificio, el ansiado bienestar general. Todos recordamos la patética escena de un presidente del Gobierno suplicando en un acto público explicaciones sobre tan intrincada materia que, «en dos tardes», le iba a proporcionar su servicial ministro del ramo. Para eso están también los expertos de los servicios de estudios de ESADE, la Escuela de Chicago o el FMI. Ellos son los oráculos de los sacrosantos «mercados», que saben lo que conviene al progreso universal y brindan generosamente al vulgo ignaro las medidas a seguir para alcanzarlo. Aunque a veces haya que asesinar, para eliminar fricciones en la perfecta maquinaria del libre mercado, a unos cuantos miles de peligrosos radicales izquierdistas en un país del Cono Sur que se resistían obstinadamente a la benéfica aplicación de las recetas neoliberales que esparcen el bienestar por doquier. Si creen que exagero, extraigo sólo un fragmento de la carta del «arrepentido» Davison Budhoo sobre los «civilizados» métodos del FMI: «Para mí, esta dimisión es una liberación inestimable, porque con ella he dado el primer gran paso hacia ese lugar en el que algún día espero poder lavarme las manos de lo que, en mi opinión, es la sangre de millones de personas pobres y hambrientas. […] La sangre es tanta, sabe usted, que fluye en ríos. También se reseca y se endurece sobre toda mi piel; a veces, tengo la sensación de que no hay suficiente jabón en el mundo que me pueda limpiar de las cosas que hice en su nombre»

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De yoguis y drones

Las calles de mi barrio (el de Gracia, pequeñoburgués y fashion, del centro de Barcelona) rebosan de «chiringuitos» de las llamadas «tecnologías del yo»: reiki, yoga, Pilates, terapia Gestalt y demás placebos emocionales del atormentado hombre moderno. Su arquetipo paródico podría simbolizarse en el desternillante personaje de Woody Allen en la película Annie Hall, que representa genialmente el prototipo de urbanita neurótico acosado por continuos devaneos existenciales, entre ligues cremosos, exposiciones de Warhol y el diván del psicoanalista.

En una primera aproximación, sería tentador despachar el asunto emparentando esta exuberancia de «orientalismos» con la moda, más bien «ochentera»,  de las pseudociencias y supercherías parapsicológicas con las que entrarían en competencia y a las que, exitosamente, sucederían. O, de una forma más aséptico-terapeútica, destacar su función de lenitivos de una genérica «angustia vital» del burgués contemporáneo ante el estrés y las ímprobas exigencias de  su azarosa y mortal existencia.

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De pulsiones y gadgets

¿Cómo podría formularse la conexión (dándola por supuesta) entre el frenesí de relaciones sociales virtuales y iPhones con la pasmosa docilidad ciudadana ante la apisonadora neoliberal y la escasez de construcción de vínculos comunitarios, destacadamente de la juventud? ¿Se trataría de un caso de lo que el viejo Marcuse llamó desublimación represiva, refiriéndose a la reducción de la principal necesidad no primaria del homo sapiens (la libertad) a la sexualidad genital, pero añadiendo esta vez la erótica de la autoexhibición biográfica? En el tsunami de muerte y destrucción de un sistema que hace picadillo cualquier atisbo de vida buena, la aparente desinhibición sexual y la proliferación, cual plaga bíblica, de dispositivos comunicacionales devienen eficacísimos amortiguadores-sublimadores de la pulsión de rebelión. Y quizás la embriaguez narcisista asociada a esa erótica autorreferencial impide que pensemos, al menos un instante, como explicaba Deleuze, en la masacre de los mineros del coltán que hacen que funcionen nuestros maravillosamente sexys artilugios. La anomia moral resultante se convierte (con automortificación por el abuso freudiano) en un sumidero libidinal que cortocircuita la «pulsión» verdadera de pugnar por ampliar las grietas y cuñas comunitarias que atenúen la barbarie.

Vino nuevo en odres viejos

Comentario publicado a propósito del encomiástico artículo del ilustre antropológo Manuel Delgado sobre la enésima esperanza blanca de regeneracionismo politiquero, en este caso para los comicios municipales del año próximo: Guanyem Barcelona con la starlet telegénica señora Colau en el papel estelar.

Otra maniobra cupular más, otro atajo más, otro fórmula mágica para «movilizar» a la ciudadanía alrededor de un proyecto catalizador de conciencias creado por élites de sabios que conocen la realidad existente, elaboran propuestas y las dirigen a los que «no saben» para que deleguen y confíen en su clarividencia y su programa de la hora.
Otra vez las gestiones, las elecciones, la recombinación de fuerzas para refundar la izquierda. Vino nuevo en odres viejos: participar en los aparatos político-administrativos profesionalizados, delegación popular en líderes que transformarán las vetustas burocracias partidarias en palancas de poder transformador arrebatadas al entramado financiero-corporativo para devolverlas a sus auténticos depositarios. Acción heroica de unos pocos clarividentes, discursividad elaborada por personajes público-famosos a los que los medios del aborregamiento otorgan la palabra y convierten en nuevas «esperanzas blancas» de la salvación de la izquierda; personajes mediáticos, telepredicación e institucionalismo…
Menos impaciencia, menos atajos milagreros y más trabajo de creación de nueva vida cotidiana, de organizaciones prácticas fundamentadas en la transformación capilar de la cultura material de vida de la gente. El resto es crear redentores que nos lean la cartilla y que nos guíen hacia la salvación con la condición de que se les vote. Nueva recaída en la trampa de reducir la política al politicismo. Y a llevarse la misma decepción de tantas otras veces ante la posterior caída de los ídolos y su absorción por el magma dominante.