Dos cosas sobre economía (con perdón)

Uno de los éxitos ideológicos más notables del entramado dominante en las sociedades llamadas desarrolladas es haber logrado que el grueso de la población tenga una casi absoluta incomprensión de los fundamentos estructurales del sistema económico vigente. Para el ciudadano de a pie la teoría económica es una disciplina abstrusa, cuyo código talmúdico sólo es apto para iniciados en sus arcanos que, graciosamente, (pero sin desvelar nunca sus ignotas fuentes) nos revelan las recetas apropiadas para alcanzar, con mucho tesón y sacrificio, el ansiado bienestar general. Todos recordamos la patética escena de un presidente del Gobierno suplicando en un acto público explicaciones sobre tan intrincada materia que, «en dos tardes», le iba a proporcionar su servicial ministro del ramo. Para eso están también los expertos de los servicios de estudios de ESADE, la Escuela de Chicago o el FMI. Ellos son los oráculos de los sacrosantos «mercados», que saben lo que conviene al progreso universal y brindan generosamente al vulgo ignaro las medidas a seguir para alcanzarlo. Aunque a veces haya que asesinar, para eliminar fricciones en la perfecta maquinaria del libre mercado, a unos cuantos miles de peligrosos radicales izquierdistas en un país del Cono Sur que se resistían obstinadamente a la benéfica aplicación de las recetas neoliberales que esparcen el bienestar por doquier. Si creen que exagero, extraigo sólo un fragmento de la carta del «arrepentido» Davison Budhoo sobre los «civilizados» métodos del FMI: «Para mí, esta dimisión es una liberación inestimable, porque con ella he dado el primer gran paso hacia ese lugar en el que algún día espero poder lavarme las manos de lo que, en mi opinión, es la sangre de millones de personas pobres y hambrientas. […] La sangre es tanta, sabe usted, que fluye en ríos. También se reseca y se endurece sobre toda mi piel; a veces, tengo la sensación de que no hay suficiente jabón en el mundo que me pueda limpiar de las cosas que hice en su nombre»

En nuestro sufrido suelo patrio no es necesario, por ahora, tal grado de brutalidad. Para mantener el cotarro apaciguado basta con las periódicas mascaradas electorales para elegir gobernantes intercambiables que no alteren en absoluto el curso del sistema. La sorda pero implacable violencia económica provoca un daño enorme en forma de miseria, paro, desahucios y eliminación del futuro de generaciones enteras, pero los amortiguadores sociales (fundamentalmente el ahorro y el patrimonio de las generaciones del «desarrollismo» franquista) mantienen, a duras penas, la paz social. Los ominosos fondos buitre adquieren mando en plaza, gracias a los buenos oficios de nuestros muy serviciales gobernantes, haciéndose a precio de saldo con activos «basura», principalmente hipotecas incobrables garantizadas con dinero público, para someter posteriormente a los desvalidos deudores a la implacable tortura y muerte civil de los condenados al ostracismo.

Mientras tanto, la pobreza de las propuestas realizadas para detener, o al menos corregir, el expolio creciente es sumamente alarmante. El abanico de opciones políticas abarca desde los mamporreros del capital de la «opusina» derechona, fanáticos de las reformas, ajustes y demás consabidas recetas neoliberales, hasta los progres de nuevo cuño, que reclaman leves correcciones del rumbo del barco para capear el temporal, pero sin alterar en absoluto el puerto de destino ni la jerarquía en el puente de mando. Los programas económicos de los (supuestamente muy radicales y refrescantes) grupos como Podemos producen vergüenza ajena no sólo por su pusilanimidad sino también por errar completamente en el diagnóstico de la situación y en las prescripciones al gravísimo paciente. Acaso entonces, uno de los secretos de su indudable éxito mediático-electoral se haya basado en el aprovechamiento  (sin duda totalmente involuntario) del más bien endeble conocimiento de las interioridades de la ciencia económica por parte de la ciudadanía, receptora crédula y acrítica de sus simplonas ofertas.

Como explica brillantemente Michel Husson, el mantenimiento de la tasa de ganancia, esencial para la reproducción del capitalismo actual, se basa fundamentalmente en dos pilares: drástica reducción de salarios y mantenimiento del consumo mediante el crédito desbocado por la financiarización y el neurálgico apoyo del consumo creciente de los rentistas. Es decir, el capitalismo tiende a abandonar (al menos en los países del Centro) la clásica función social de la producción de mercancías para huir hacia la nebulosa intangible del «milagro del interés compuesto«. De ahí la masiva creación de burbujas y la creciente (y muy funcional para todo el entramado del reparto parasitario de regalías) desigualdad económica que constatan todas las estadísticas en las sociedades occidentales. Los rentistas (auténticas sanguijuelas que «puncionan» la riqueza producida por otros) y demás propietarios de activos inmobiliarios o financieros son los que acaparan los nichos de rentabilidad y el poder socioeconómico a expensas de los, cada vez más deteriorados, trabajadores productivos.

Así pues, para siquiera arañar el bloque monolítico del núcleo de poder bancario-financiero representado por la funesta Troika, resulta sumamente pueril proponer tímidas reformas fiscales y pacatos mecanismos redistributivos, ya empleados sobradamente por la vieja y casi extinta socialdemocracia. Medidas cándidas, pero con mucho predicamento en los flamantes proyectos políticos en marcha, como tratar de convencer a las multinacionales (empezando por las tecnológicas: Google, Apple y demás locomotoras del fraude fiscal masivo) de que cumplan religiosamente con sus obligaciones con el fisco, meter en vereda a las SICAV o abolir los paraísos fiscales producirían hilaridad si no gozaran del creciente apoyo de una población ansiosa de clavos ardiendo a los que agarrarse. Diría incluso, con las reservas necesarias, que resultan infinitamente más eficaces (aunque sólo sea por su impacto propagandístico) acciones «guerrilleras» como la propuesta del ex-futbolista Eric Cantona de retirar masivamente depósitos bancarios, o las clásicas expropiaciones anarquistas, como la llevada a cabo hace unos años por Enric Durán.

En resolución, en los mentideros de los nuevos visionarios «regeneracionistas» se despacha como poco realista (nada de asustar al votante «mediano» con radicalismos que manchen el aire cool y sugestivo de la formación) y utópico hablar siquiera de la necesidad de la supresión de grandes instituciones del sistema económico como la herencia, uno de los pilares del armazón social y uno de los fundamentos del «rentismo» parasitario dominante y de la enorme y creciente desigualdad que genera el régimen de la propiedad. Sin embargo, mientras éste se mantenga incólume y medidas como la descrita resulten impracticables dada la falta de la imprescindible y masiva movilización social, resulta, en mi opinión, mucho más realista (y mejor encaminado para mantener la «moral» popular que ofrecer gastados programas reformistas destinados a la absorción progresiva por el magma dominante) desarrollar una labor de «zapa» que, sin pretender inútilmente suplicar migajas en los cenáculos del capital, vaya desmercantilizando, de forma limitada pero efectiva, pequeñas áreas de la inhóspita vida social.

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