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Los palacios y el estiércol

Quizás no haya camino, pero, en cualquier caso, el camino del poder nunca puede ser el camino”.
Tomás Ibáñez

La verdadera democracia es un ejercicio de autonomía, resistencia y desobediencia a los poderes que oprimen, explotan y nos roban la alegría (o la dignidad, por usar un término más en boga); es el desarrollo de nuestra potencia de actuar a través de las pasiones alegres o, dicho de otro modo, es la lucha contra la tristeza, la docilidad y el miedo infundidos en la sociedad
Antoni Aguiló

No vivimos tiempos “normales”. Aquella época, no tan lejana, en la que parecía plausible alimentar la ensoñación del regreso a una barbarie “atenuada”, a un capitalismo atemperado basado en el consumo de masas y el Estado social y carente de las agudas aristas criminales del neoliberalismo rampante, no volverá. Aquellos tiempos, en fin, de las vanas ilusiones de “prosperidad” eterna y dignificación progresiva de las condiciones de trabajo, han sido arrumbados al desván de la historia. Comprender las implicaciones de esta constatación es la clave de bóveda de la acción político-social emancipadora y el fulcro para desvelar los flagrantes errores de análisis y estrategia de las -falsamente novedosas- propuestas reformistas de la pseudoizquierda nostálgica de la “Arcadia” feliz del Estado del bienestar.

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Dos cosas sobre economía (con perdón)

Uno de los éxitos ideológicos más notables del entramado dominante en las sociedades llamadas desarrolladas es haber logrado que el grueso de la población tenga una casi absoluta incomprensión de los fundamentos estructurales del sistema económico vigente. Para el ciudadano de a pie la teoría económica es una disciplina abstrusa, cuyo código talmúdico sólo es apto para iniciados en sus arcanos que, graciosamente, (pero sin desvelar nunca sus ignotas fuentes) nos revelan las recetas apropiadas para alcanzar, con mucho tesón y sacrificio, el ansiado bienestar general. Todos recordamos la patética escena de un presidente del Gobierno suplicando en un acto público explicaciones sobre tan intrincada materia que, «en dos tardes», le iba a proporcionar su servicial ministro del ramo. Para eso están también los expertos de los servicios de estudios de ESADE, la Escuela de Chicago o el FMI. Ellos son los oráculos de los sacrosantos «mercados», que saben lo que conviene al progreso universal y brindan generosamente al vulgo ignaro las medidas a seguir para alcanzarlo. Aunque a veces haya que asesinar, para eliminar fricciones en la perfecta maquinaria del libre mercado, a unos cuantos miles de peligrosos radicales izquierdistas en un país del Cono Sur que se resistían obstinadamente a la benéfica aplicación de las recetas neoliberales que esparcen el bienestar por doquier. Si creen que exagero, extraigo sólo un fragmento de la carta del «arrepentido» Davison Budhoo sobre los «civilizados» métodos del FMI: «Para mí, esta dimisión es una liberación inestimable, porque con ella he dado el primer gran paso hacia ese lugar en el que algún día espero poder lavarme las manos de lo que, en mi opinión, es la sangre de millones de personas pobres y hambrientas. […] La sangre es tanta, sabe usted, que fluye en ríos. También se reseca y se endurece sobre toda mi piel; a veces, tengo la sensación de que no hay suficiente jabón en el mundo que me pueda limpiar de las cosas que hice en su nombre»

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El sistema no es reformable, y Podemos tampoco

Comentario escrito un poco «a chorro» ( de ahí algún, espero que no demasiado grave, atropello sintáctico) a propósito del fértil artículo de Miguel León sobre Podemos:

Sólo para felicitar al autor por el fino estilete mostrado en el análisis del fenómeno (también en el anterior sobre los tabúes de Podemos) y para añadir a bote pronto un par de acotaciones sobre aspectos que, en mi opinión, quedan un poco relegados en los dos artículos.
Para ello lanzo dos preguntas (confío en que no demasiado retóricas) que están en el origen de las, en ocasiones, acerbas discusiones con otros camaradas (otro tabú) y que creo que pueden ser piedras de toque para situar el asunto:
¿Es preferible dar el apoyo y los desvelos a una opción como Podemos (con aparentes posibilidades de dar un buen bocado electoral pero con un adn típicamente reformista) como encarnación del “mal menor” o sería mejor no dejarse engañar por su “leninismo fláccido”, en la brillante expresión del autor, y seguir confiando en el bello slogan quincemayista: “vamos despacio porque vamos lejos”, sin atajos, poltronas ni espejismos telegénicos?
¿O habría más bien que oponerse, quizás con un poco de ferocidad, a esta maniobra supuestamente pragmática y realista pero harto utópica en su pretensión declarada de “utilizar” las instituciones para transformar la realidad, por el deletéreo efecto colateral de cuestionar la practicidad y virtualidad de los espacios políticos alternativos que, aun desde su marginalidad, introducen poco a poco cuñas en la barbarie circundante?
Como en las “olas” de los partidos de fútbol, en el estadio de educación política de la mayor parte de la ciudadanía el modelo de la urna y la competición, de “ganar pero no vencer”, como certeramente precisa el autor, resulta, en su puerilidad, tremendamente efervescente por su falsa pero potente promesa de redención. Sin embargo, y a riesgo de resultar demagógico y de destruir el efecto retórico de las interpelaciones, manifestaré mi convicción en la infinitamente mayor utilidad transformadora de las acciones que, empezando por abajo, pugnan por alterar los “ecosistemas” de la vida cotidiana.
En fin, esperando dejarme mucho en el tintero, recomendar simplemente dos de los pocos autores que, a mi humilde parecer, ponen el dedo en la llaga sobre el particular: Joaquín Miras y Carlos Taibo.
Seguimos…